15.1.09

ILUSIÓN Y REALIDAD.

Este planeta en el que vivo es pequeño y se llama Realidad. Pero a veces le cambio el nombre y lo llamo Ilusión. No sé cuando soy feliz, si cuando lo llamo “Realidad” o cuando lo llamo “Ilusión”. “Realidad” es cuándo tenés miedo, pero te inventás un abrazo y le ponés su rostro, su olor, la fuerza de su cuerpo. Es cuando la canción suena desentonada, pero te hacés la que no te das cuenta. Cuando sos un charquito de llanto en el que flota una hoja de otoño, pero dibujas, con el dedo, un sol y una flor nueva meciéndose en el aire y poco a poco se te deshace el nudo de las tripas y la respiración se serena para hacerte retornar a las noventa pulsaciones por minuto. “Realidad” es cuando llamás por teléfono y nadie te contesta. No están o están tan ocupados que no devuelven el llamado. Para ser sincera, cuando llaman es cuando necesitan contarte un problema y recibir una palabra de apoyo, de aliento, una frase que les aclare el pensamiento y les saque la angustia. Pero tu angustia, ¿a quién le interesa? Aprendiste a callarte. Para no asustar a nadie. Para no espantarlos. Por eso no puedo vivir siempre en el pequeño planeta “Realidad”, y doy vuelta el cartel de su nombre porque del otro lado dice “Ilusión”. En “Ilusión” no hay desencuentros ni despedidas. Todos llegan para quedarse. Todos te abrazan, sonrientes. Todos te necesitan y te quieren. Leen en tu frente lo que estás pensando y no hay que explicarles nada. Y podés recostar tu cabeza en su hombro, y él se queda quieto, así te dormís y el sueño disuelve el diamante perfecto del dolor. Cuando en el planeta “Ilusión” llueve, el café se calienta sólo en la cafetera, y aparece sobre la mesa de la cocina un álbum con fotos de toda la familia festejando navidad. Las hermanitas vestidas iguales en un acto del 25 de mayo en la escuela, con moñitos en las trenzas y escarapelas redondas. En esas fotos no falta nadie. Nadie puede escaparse de una foto. ¿Quién querría hacerlo?. Pero no puedo cambiar las cosas; fundir los dos planetas. Sé que manteniendo este orden de dicha y de dolor, sin mezclarlos, podré sobrevivir, como todos.